Nací
en un río negro
una
noche en la que no
se
sentía el frío,
aunque
muriera de hipotermia
las
veces en las que
dejabas
de besarme
para
respirar,
despedirnos
de los demás,
o
beber de copas que sobraban ya.
He
deseado tu piel
hasta
quedarme dormido
lamiendo
el sudor invisible
de mis
sábanas.
He
pensado en ti desnuda
mientras
comía con mi familia
y me
he puesto triste
y me
he puesto nervioso
y he
querido saber
qué
pensarías tú
en ese
preciso instante,
en el
que me llevo la cuchara a la boca
y no
son tus piernas
ni tus
labios
ni tus
tetas
lo que
mastico.
Hay
días que tienen que ser escalados,
entonces
desdoblo
mi imaginación
y
recuerdo la manera en la que
arañaba
tu espalda y
era
capaz de sostener todo tu peso
con
mis manos atrapando tu pelo
negro
como
el río
que me
vio nacer.
Hace
un millón de años
que no
besamos a nadie
y
pareciera que llevásemos
toda
la vida
rompiéndonos
las bocas
a
piropos envueltos en lenguas
y
saliva.
El sol
comienza a morder mi piel
y
recuerdo las marcas
en tus
muslos.
Siento
el daño,
pídeme
que te lo compense
y
maltrataré aun más a
tu
costado,
tu
culo,
y tu
cuello.
Dime
“para” con la voz
y
anímame el resto del camino
con
tus ojos,
con tu
manera de morderte el labio
y
resoplar.
Dime
que estás fatal,
tanto
que no
puedas salir de la cama hoy,
tanto,
que
rujan tus tripas y te den igual.
Sumérgeme
en el río negro
que me
vio nacer
aquella
noche
en la
que menos mal que
no
serpenteaste
hacia
otras borracheras.
Menos
mal que no.
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