Funcionalidad del Pasado.

Siempre me pasa que descubro la funcionalidad de las cosas cuando ya es demasiado tarde.

Y que sea demasiado tarde es precisamente la característica principal de este lugar.

Después de tanto tiempo encuentro que quizás este sea un buen sitio para mirar el pasado con los ojos del presente-futuro.

En cualquier caso, a los fantasmas del pasado, a los vivientes del presente y viceversa, sean ustedes bienvenidos.



viernes, 6 de agosto de 2021

Todos los veranos y el verano

La luz tenue de las farolas coloreaba los adoquines del callejón de un anaranjado opaco; nuestras sombras eran negras. Muy negras. Chisporroteaban los mosquitos acercándose a las bombillas cansadas, como si fueran miel para moscas. Todas las casas del estrecho pasillo eran blancas y todas las puertas y todas las ventanas azules o verdes. Cada una tenía un chaplón hecho con bloques. Algunos estaban sueltos, otros decorados con azulejos sobrantes de algún baño o cocina. El de su casa estaba cubierto de una capa de cemento donde se veían escritos algunos nombres, una fecha y las huellas de Pepín, el perro del vecino. Las ventanas estaban abiertas y las cortinas se mecían con la brisa de la noche. Tú te paraste al lado de una gran maceta de Costillas de Adán. Las hojas te pasaban por encima y te escondiste juguetona. Me agaché para buscar tu cara asalvajada, verde y húmeda. Te besé.


Nos besamos luego.


Al fondo, el callejón se abría al paseo marítimo, igual de anaranjado y opaco. Debajo de aquella planta enorme oía el mar y podía sentir cómo el salitre de las olas, que rompían lentas contra los riscos, se iba volando hasta posarse en mi piel. Estaba pegajoso, la ropa se me pegaba al cuerpo. Venga, vamos a darnos un baño, te llevo a la pela hasta las escaleras del paseo.

Nos descalzamos allí mismo, dejamos la ropa dobladita bajo el frondoso costillar y la cargué en el lomo como si fuera un burro de los del secarral. El verano se iba muriendo mientras nuestro amor maduraba como los higos de leche de la higuera de abuelo. Se iban muriendo también los mosquitos en las farolas oxidadas, el salitre se derretía de nuevo en la mar, Pepín, el pobre, lleno de canas y con las patas tiesas de la artrosis. El naranja del callejón al alba.

Se moría el verano frente a la puerta de tu casa, mientras comíamos pipas sentados en el chaplón marcado con tu nombre y el mío, y las huellas del Pepín.