Funcionalidad del Pasado.

Siempre me pasa que descubro la funcionalidad de las cosas cuando ya es demasiado tarde.

Y que sea demasiado tarde es precisamente la característica principal de este lugar.

Después de tanto tiempo encuentro que quizás este sea un buen sitio para mirar el pasado con los ojos del presente-futuro.

En cualquier caso, a los fantasmas del pasado, a los vivientes del presente y viceversa, sean ustedes bienvenidos.



jueves, 3 de enero de 2019

Bruma.



Desperté empapado, desorientado, confuso, la claridad quemaba mis pupilas como si fueran cerillas, tu piel brillaba, pegajosa, grasienta y al mismo tiempo suave y en calma. La noche nos había arañado las tripas desde dentro. No soy capaz de recordar nada. Tú sentada sobre mí, yo apretaba tu piel para que no te fueras nunca, para tenerte en mí para siempre. Me quedé un rato mirando el techo. No era el techo de mi habitación, y tampoco el de la tuya. Extendí mi brazo para asegurarme de que seguías allí, suave y pegajosa. Nada. Todo lo que existía en aquella cama, que no era ni la mía ni la tuya, era un gran vacío lleno de aire enrarecido. Por alguna razón, no me alarmé. Llevaba semanas durmiendo poco y despertándome con un gran nudo en la garganta. La noche me ahogó en lágrimas que nunca verás brillar. Abrí la boca, pensando que me escucharías, pensando que estarías en algún rincón de aquel sitio: siento la tristeza.
Llevaba un rato tratando de incorporarme cuando oí cómo se abría la puerta de aquel sitio desconocido. Una sonrisa con olor a dentífrico que no era la tuya, y mucho menos la mía, apareció de entre la bruma de polvo y me dio los buenos días. Me bebí el café preguntándome quién sería aquella persona. Por qué me sonreía. A veces me daba la impresión de que sintiese pena por mí. Una sonrisa compasiva y al mismo tiempo deseosa de algo más. Que yo le diese algo más, que esperaba algo más. Besé su hombro, le di las gracias. Alargué el brazo, esta vez sabiendo con lo que me iba a encontrar, la sonrisa se convirtió por arte de magia en una risotada que hizo desaparecer de golpe y porrazo la bruma polvorienta y seca que me envolvía. Abrió un poco la ventana. Entera, dije, ábrela del todo. Me lié un cigarro, le ofrecí, me miró con extrañeza. Me dijiste que solo fumabas de fiesta. Me dijiste que no eras así. Me disculpé. Esto es lo que soy. Otra vez la bruma retornó, esta vez sobre su cabeza. Beso su hombro, por ti puedo dejarlo. La primera promesa que no cumpliré en la vida. Ella no lo sabrá hasta mucho después, claro. Cuando se de cuenta de que busco rozar la muerte, busco a otras personas que no son ella, busco sufrir por quién lo hizo por mí. Que me duela para tener una excusa, o para que todo lo demás deje de importar. Beso su cuello, veo su nuca erizarse, busca mi boca y me escapo de un brinco. Necesito ir al baño ¿dónde estoy? Justo en frente dice.

¿Dónde estoy?

Vuelvo al rato, ella espera sentada en la cama, allí donde la dejé. Le robo un beso torpe y escuálido. Me disculpo. Soy mejor ebrio, creo. Sonríe, coge mis cachetes y me acerca a su boca. Ahora somos dos bocas oliendo a menta artificial, cierro los ojos. Pienso en ti. La última vez que me sentí así, huí en mitad de la noche. Me estaban ofreciendo sexo gratis y cómodo y yo lo rechacé amablemente por un romanticismo apestoso y cutre. Cierro los ojos con más fuerza aún. Agarro su cara, mi mano se acostumbra a sus medidas, a sus texturas, mis dedos se enredan en su pelo, noto su pecho latiendo, pidiéndome permiso para reventarme a culpabilidades. Hace tiempo que no siento nada, pienso. Si se lo digo la voy a asustar. Si le digo cualquier cosa que piense, no me querrá ver más. Sumisa, se sentó sobre mí. Mis ojos se cerraban con tanta fuerza que notaba las pestañas clavarse en mis párpados. Paró para poner música. Cuanto más quería borrarte de mi pensamiento, más se te parecía a ti. Siguió besándome, yo era un naufragio a punto de ocurrir, en vivo y en directo.

Le voy a salvar de esta tristeza. Me encantan los retos, me encantan sus ojos, parecen no haber mirado a nadie en décadas. De dónde habrá salido. Quién será. ¿Podré salvarle?

Agarré sus caderas con fuerza y las traje hacia mí. Si lo hicimos anoche ya sabrá que no soy eso que ella creía. Qué le dije anoche, cómo la habré convencido. Quiso meter la mano en mis calzoncillos. Se la aparté. Pienso en ti, lo juro. Todo esto es por ti, te lo prometo. Metí mi mano por dentro de sus bragas y su respiración se agitó tanto que pude oler, detrás de la menta, una resaca mortal. Abrí los ojos, ella me miraba. La culpabilidad se esfumó por un momento y pude sentirme vivo. La besé lentamente mientras mis dedos hurgaban en una humedad desconocida. No pienso en ti. No lo estoy haciendo. Agarró mi espalda con sus uñas y me arañó los omóplatos hasta hacer aparecer pequeñas gotas de sangre. Sonrió ante mi cara de dolor, se mordió el labio y me volvió a besar. Aquel beso parecía decir sorry not sorry. Parecía decir que le daba igual lo que yo pensase. Metió su mano en mis calzoncillos. Dejé que lo hiciera igual que cuando me metía rayas por venganza. No pasó nada. Recordé mi pequeño problema, no quería desilusionarla. No me voy a correr. Lo siento. Todo paró en seco. Bruma en ambas cabezas. Me miró como si me estuviera preguntando de qué estaba hablando. No te puedo explicar. No lo voy a hacer, no puedo. Volví a acariciar su cuerpo, desde su boca, hasta su culo. No parecía muy convencida. Déjame hacerte gritar, con eso me vale. Sin estar convencida del todo, con dudas rondándole aun por la mente, conseguí que se olvidase de todo. Yo, por el contrario, intentaba acordarme de su nombre. Ya no pienso en ti. Tacho el tuyo para escribir el suyo, esta vez. No lo hago.

Miro el techo mientras noto su respiración restablecerse. Toco su boca con mis dedos. Tiene los labios secos como el salitre. Humedezco los míos y la beso. No voy a parar. No puedo hacerlo. Ella quiere más, la vida es siempre la misma. Si se lo digo la voy a asustar. Si le explico no lo entenderá. ¿Seguro? Agarró mi cabeza y me condujo ombligo abajo. Dejé de pensar en ti metiendo mi nariz en ella. Como cuando me vengaba chupando bolsa. Cerré los ojos, me metí la mano en los calzoncillos. Mientras le como el coño pienso en el tuyo. Me corrí. Luego ella. Pensé en ti.
Me coloqué a su lado, jugueteaba con su ombligo. Esperé a que volviese al mundo de los mortales. Estaba callada pero notaba en su mirada que quería preguntarme. Por qué te corres sin mí. Por qué pareces una isla. Recuerdas el naufragio. Lo siento. Las primeras veces me cuesta. Lo siento. La próxima vez lo volvemos a intentar. Otra promesa más que no iba a cumplir en la vida. Recuerdas a tu psicólogo. Ojalá él le explicase por qué no me voy a correr pensando en ella jamás. Que le rompa la cara a él y no a mí. Que quiera salvarme. Que necesite ser su cruzada.
Me dormí apoyado en mi propio brazo. Ella me daba la espalda, estaba desnuda. Antes de caer muerto, pensé en ti. Siento la tristeza, dije. Qué, preguntó. Cayó la tarde y con ella, una nueva oleada de brumas amarillentas sobre mi cabeza.
Al despertar, me levanté sin hacer mucho alboroto, me vestí y me fui.
Me fumé un cigarro debajo de su portal. Te prometo que este será el último.

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