No dejas de aparecer
y no es malo. Todo lo contrario, cuando lo haces, sonrío.
No eres una noticia
terrible en el telediario, tus políticos postizos no salen en la
televisión diciendo mentiras, aunque las digan, es solo que aparecen
fotos de tu ciudad, porque ahora es tuya, y yo sonrío. Vuelvo a
tener la nariz congelada. Hace tanto frío, no te puedes imaginar.
Bueno, tú dirás que estás acostumbrada, eres fuerte. Puedes caerte
desde la estratosfera, estoy segura, y no pasar nada. Bueno, yo digo
nada, a ti te dolerá, pero ninguno de tus huesos, ya sabes. Eres
fuerte.
Pienso en ti, llevo
días haciéndolo y no lo evito. Antes sí. Te echo de menos. Ni
siquiera he pensado si estaría fuera de lugar decírtelo, pero,
bueno, no te lo he dicho. Te echo de menos. Sigo sin perdonarme
algunas cosas. Pero apareces y es como una forma de redimirme. Cada
vez que soy capaz de sonreír y no sentir angustia, te veo tomando
cerveza. He parado el tiempo justo ahí, en una acera, fumando,
mientras todo parecía ser azul mecánico. Te lo dije y comenzaste a
brillar. Tú no lo viste. No podías verlo, pero yo sentí que eras
todas las luces de navidad de la ciudad juntas, apelotonadas entre
tus pies y tus uñas y tu pelo y tus ojos.
No éramos un
cuadro. Éramos una foto, un cortometraje, este plano de aquí no lo
cambiaría por nada del mundo. Apareces, yo sonrío.
He pensado que te
quiero en mi vida, pero no embriagada y puerilmente. Te quiero en mi
vida para que critiques las películas que veo, los libros que leo,
la manera que tengo de recitar, mi forma de conjuntar la ropa, la
música que escucho, lo que escribo.
Necesito la manera
que tienes de acuchillarme sin piedad porque es una forma de crecer.
Hacia arriba, hasta la estratosfera.
Mientras escribo
esto pienso si enviártelo, tú, hace tiempo, me habrías dicho que
sí. Que lo hiciera. Que menuda estupidez. Ahora no estoy tan segura
de ello. Pero te oigo gritar cobarde y no sé. Aquí arriba sí que
hace frío, ¿no?.
Estoy arreglando
algunas cosas. Siempre estoy en obras, yo qué sé, pero ahora, eso.
Siempre estoy en obras. Apareces y no me molesta que lo hagas. Es
raro porque no hablamos, no sé mucho de ti, pero de alguna manera
estás en muchas de las cosas de mi vida diaria, como por ejemplo,
tener la nariz congelada, y no me molesta. Sonrío.
Me pregunto si
sonríes tú. A veces estoy en la biblioteca y me pregunto eso, que
si te estarás muriendo de la risa ahora mismo, en este instante en
el que yo me estoy estudiando las parafilias.
Y es divertido. Me
río contigo.
Ahora siempre
intento imaginarte como la persona sonriente que en realidad eres. No
sé por qué, a menudo te veía como alguien triste o atormentada,
pero, j-o-d-e-r, siempre me equivoco en la mayoría de las cosas
importantes de la vida.
Un azul mecánico
como el tuyo jamás será triste. Todo lo contrario.
Es tan fuerte que da
por saco a todas las leyes de la gravedad.
Espero que te hayan
dejado de doler los codos, las piernas, los huesos con sus cartílagos
y sus tendones. Espero que sí, de verdad.
Siguiendo con mi estúpida tradición de "cartas que nunca envié".