Mientras hacía su matutino camino hacia el baño, Cecilia, en la otra punta del pasillo se atrevió a acercarse a él.
-No hay toallas, espera a que las traiga.
Pero Adam estaba tan profundamente dormido que no la escuchó y se metió en el baño, desnudándose y mirándose al espejo intentando hacer un esfuerzo para reconocer a aquel individuo que se reflejaba delante de él.
De pronto Cecilia abrió la puerta del baño. Adam estaba dentro de la ducha, todo estaba lleno de vaho y por alguna razón no se ruborizó lo más mínimo.
Al contrario. Cecilia cerró la puerta con llave, se desvistió y se metió en la ducha con Adam y él, por alguna razón, no se sorprendió.
Se quedaron inmóviles el uno frente del otro como observando el espectáculo natural de la desnudez. El agua corría por el cuerpo de Adam y como despertando, éste se aproximó a ella. “Hola”, le dijo con la voz aun dormida. “Buenos días” le contestó. Adam dio por supuesto que aquella chica quería algo más que una ducha y como un idílico sueño pueril, hicieron el amor contra la pared fría y mojada del baño.
Después, en un silencio veraniego, de pajarillos cantando y voces de niños en la calle, Cecilia se volvió a vestir con la misma rapidez con la que se desvistió y Adam se ató una toalla a la cintura y se secó aquella melena de pelo negro y lacio.
Cecilia no volvió a repetir aquello jamás. Adam nunca se lo reprochó.