Desperté
empapado, desorientado, confuso, la claridad quemaba mis pupilas como
si fueran cerillas, tu piel brillaba, pegajosa, grasienta y al mismo
tiempo suave y en calma. La noche nos había arañado las tripas
desde dentro. No soy capaz de recordar nada. Tú sentada sobre mí,
yo apretaba tu piel para que no te fueras nunca, para tenerte en mí
para siempre. Me quedé un rato mirando el techo. No era el techo de
mi habitación, y tampoco el de la tuya. Extendí mi brazo para
asegurarme de que seguías allí, suave y pegajosa. Nada. Todo lo que
existía en aquella cama, que no era ni la mía ni la tuya, era un
gran vacío lleno de aire enrarecido. Por alguna razón, no me
alarmé. Llevaba semanas durmiendo poco y despertándome con un gran
nudo en la garganta. La noche me ahogó en lágrimas que nunca verás
brillar. Abrí la boca, pensando que me escucharías, pensando que
estarías en algún rincón de aquel sitio: siento la tristeza.
Llevaba
un rato tratando de incorporarme cuando oí cómo se abría la puerta
de aquel sitio desconocido. Una sonrisa con olor a dentífrico que no
era la tuya, y mucho menos la mía, apareció de entre la bruma de
polvo y me dio los buenos días. Me bebí el café preguntándome
quién sería aquella persona. Por qué me sonreía. A veces me daba
la impresión de que sintiese pena por mí. Una sonrisa compasiva y
al mismo tiempo deseosa de algo más. Que yo le diese algo más, que
esperaba algo más. Besé su hombro, le di las gracias. Alargué el
brazo, esta vez sabiendo con lo que me iba a encontrar, la sonrisa se
convirtió por arte de magia en una risotada que hizo desaparecer de
golpe y porrazo la bruma polvorienta y seca que me envolvía. Abrió
un poco la ventana. Entera, dije, ábrela del todo. Me lié un
cigarro, le ofrecí, me miró con extrañeza. Me dijiste que solo
fumabas de fiesta. Me dijiste que no eras así. Me disculpé. Esto es
lo que soy. Otra vez la bruma retornó, esta vez sobre su cabeza.
Beso su hombro, por ti puedo dejarlo. La primera promesa que no
cumpliré en la vida. Ella no lo sabrá hasta mucho después, claro.
Cuando se de cuenta de que busco rozar la muerte, busco a otras
personas que no son ella, busco sufrir por quién lo hizo por mí.
Que me duela para tener una excusa, o para que todo lo demás deje de
importar. Beso su cuello, veo su nuca erizarse, busca mi boca y me
escapo de un brinco. Necesito ir al baño ¿dónde estoy? Justo en
frente dice.
¿Dónde
estoy?
Vuelvo
al rato, ella espera sentada en la cama, allí donde la dejé. Le
robo un beso torpe y escuálido. Me disculpo. Soy mejor ebrio, creo.
Sonríe, coge mis cachetes y me acerca a su boca. Ahora somos dos
bocas oliendo a menta artificial, cierro los ojos. Pienso en ti. La
última vez que me sentí así, huí en mitad de la noche. Me estaban
ofreciendo sexo gratis y cómodo y yo lo rechacé amablemente por un
romanticismo apestoso y cutre. Cierro los ojos con más fuerza aún.
Agarro su cara, mi mano se acostumbra a sus medidas, a sus texturas,
mis dedos se enredan en su pelo, noto su pecho latiendo, pidiéndome
permiso para reventarme a culpabilidades. Hace tiempo que no siento
nada, pienso. Si se lo digo la voy a asustar. Si le digo cualquier
cosa que piense, no me querrá ver más. Sumisa, se sentó sobre mí.
Mis ojos se cerraban con tanta fuerza que notaba las pestañas
clavarse en mis párpados. Paró para poner música. Cuanto más
quería borrarte de mi pensamiento, más se te parecía a ti. Siguió
besándome, yo era un naufragio a punto de ocurrir, en vivo y en
directo.
Le
voy a salvar de esta tristeza. Me encantan los retos, me encantan sus
ojos, parecen no haber mirado a nadie en décadas. De dónde habrá
salido. Quién será. ¿Podré salvarle?
Agarré sus caderas con fuerza y las traje hacia mí. Si lo hicimos
anoche ya sabrá que no soy eso que ella creía. Qué le dije anoche,
cómo la habré convencido. Quiso meter la mano en mis calzoncillos.
Se la aparté. Pienso en ti, lo juro. Todo esto es por ti, te lo
prometo. Metí mi mano por dentro de sus bragas y su respiración se
agitó tanto que pude oler, detrás de la menta, una resaca mortal.
Abrí los ojos, ella me miraba. La culpabilidad se esfumó por un
momento y pude sentirme vivo. La besé lentamente mientras mis dedos
hurgaban en una humedad desconocida. No pienso en ti. No lo estoy
haciendo. Agarró mi espalda con sus uñas y me arañó los omóplatos
hasta hacer aparecer pequeñas gotas de sangre. Sonrió ante mi cara
de dolor, se mordió el labio y me volvió a besar. Aquel beso
parecía decir sorry not sorry. Parecía decir que le daba igual lo
que yo pensase. Metió su mano en mis calzoncillos. Dejé que lo
hiciera igual que cuando me metía rayas por venganza. No pasó nada.
Recordé mi pequeño problema, no quería desilusionarla. No me voy a
correr. Lo siento. Todo paró en seco. Bruma en ambas cabezas. Me
miró como si me estuviera preguntando de qué estaba hablando. No te
puedo explicar. No lo voy a hacer, no puedo. Volví a acariciar su
cuerpo, desde su boca, hasta su culo. No parecía muy convencida.
Déjame hacerte gritar, con eso me vale. Sin estar convencida del
todo, con dudas rondándole aun por la mente, conseguí que se
olvidase de todo. Yo, por el contrario, intentaba acordarme de su
nombre. Ya no pienso en ti. Tacho el tuyo para escribir el suyo, esta
vez. No lo hago.
Miro el techo mientras noto su respiración restablecerse. Toco su
boca con mis dedos. Tiene los labios secos como el salitre. Humedezco
los míos y la beso. No voy a parar. No puedo hacerlo. Ella quiere
más, la vida es siempre la misma. Si se lo digo la voy a asustar. Si
le explico no lo entenderá. ¿Seguro? Agarró mi cabeza y me
condujo ombligo abajo. Dejé de pensar en ti metiendo mi nariz en
ella. Como cuando me vengaba chupando bolsa. Cerré los ojos, me metí
la mano en los calzoncillos. Mientras le como el coño pienso en el
tuyo. Me corrí. Luego ella. Pensé en ti.
Me coloqué a su lado, jugueteaba con su ombligo. Esperé a que
volviese al mundo de los mortales. Estaba callada pero notaba en su
mirada que quería preguntarme. Por qué te corres sin mí. Por qué
pareces una isla. Recuerdas el naufragio. Lo siento. Las primeras
veces me cuesta. Lo siento. La próxima vez lo volvemos a intentar.
Otra promesa más que no iba a cumplir en la vida. Recuerdas a tu
psicólogo. Ojalá él le explicase por qué no me voy a correr
pensando en ella jamás. Que le rompa la cara a él y no a mí. Que
quiera salvarme. Que necesite ser su cruzada.
Me dormí apoyado en mi propio brazo. Ella me daba la espalda, estaba
desnuda. Antes de caer muerto, pensé en ti. Siento la tristeza,
dije. Qué, preguntó. Cayó la tarde y con ella, una nueva oleada de
brumas amarillentas sobre mi cabeza.
Al despertar, me levanté sin hacer mucho alboroto, me vestí y me
fui.
Me fumé un cigarro debajo de su portal. Te prometo que este será el
último.