Funcionalidad del Pasado.

Siempre me pasa que descubro la funcionalidad de las cosas cuando ya es demasiado tarde.

Y que sea demasiado tarde es precisamente la característica principal de este lugar.

Después de tanto tiempo encuentro que quizás este sea un buen sitio para mirar el pasado con los ojos del presente-futuro.

En cualquier caso, a los fantasmas del pasado, a los vivientes del presente y viceversa, sean ustedes bienvenidos.



martes, 31 de enero de 2012

La memoria del cuerpo.


Como pasa con las drogas.
Montar en bicicleta.
La misma sensación intensa.
Tocar unas tetas por primera vez
cada vez.
El frío.
Oír una tormenta.
Abrocharse el cinturón en un avión.
Perdonar de mentira.
Querer de verdad.
No me voy a olvidar nunca.
¿Te han roto alguna vez el corazón?
La sangre por dentro de las venas.
Cansarse a medio camino.
Una cuesta.
La humedad de unas bragas.
Los muslos por dentro.
Un olor.
Un sabor.
Cuando nadie sabe algo que tú sí.
Una sonrisa.
Darse la mano por debajo de la mesa.
Beber agua un día de resaca.
Dolores de cabeza.
El momento antes de besar por primera vez
cada vez.
Sentirse ridículo.
Nos miran.
Vámonos ya.
Un mensaje que diga: te quiero follar.
Hasta el alma.
Como pasa con las drogas.
La sangre por dentro de las venas.
Correrse a la vez.
¿Sabes?
El inverso a que te rompan el corazón.
Las cosquillas en la mano cuando toco una teta
cada vez.
Toda la vergüenza del mundo
en un cuerpo desnudo.
Que te digan “enséñame”
y echarte a reír.
Nadie sabe tanto como para no tragar saliva
al menos
un par de veces.
Nadie excepto la memoria del cuerpo.
Montar en bici,
pedalear,
caerse.
Siempre es el mismo dolor
pero
algo siempre cambia.

jueves, 26 de enero de 2012

El monstruo de colores


Siempre era verano en aquella época. Todo era de color naranja. El polvo de la tierra era naranja, el color de la tarde era naranja, las paredes lo eran también.
Todos decían que corriese, que venía el monstruo de los colores y corrí. Corrí sin saber a dónde llegarían mis pies, sin recordar el camino de vuelta. Todos me decían que corriese.
Y cuando dejé de hacerlo, y no había nadie a mi alrededor quise saber por qué.
Caminé sobre mis pasos y todo era naranja. El lugar donde ahora está construida mi casa, las cañas, los recovecos, las piedras, los caminos. Volví de donde había empezado a correr y descubrí al monstruo de colores. Volando en círculos, desorientado, subiendo y bajando, como un helicóptero sin piloto. Silencioso. Lo dejamos todo tal cual, como una ciudad fantasma. Los juguetes, el barro. Partimos a correr, cada uno con una dirección diferente, sin saber muy bien por qué. Yo llegué a casa de abuela.
Y volví sobre mis pasos.
Aquel lugar era mío. La tierra y el naranja, las cañas y los recovecos. Todo aquello me pertenecía. Hasta la furgoneta abandonada y llena de hierbas y telarañas. Todo tenía un secreto. Por eso volví.
No sería un monstruo de colores quien me lo arrebatara.
Un monstruo peor, descubriría luego, quien fuera capaz de hacer desaparecer todo aquello sin poder evitarlo. Uno invisible, sin colores. Ese que trae de vuelta a las golondrinas.
Nadie puede huir del tiempo.
Aun llegando a casa de abuela como trinchera. Ni siquiera allí podría esconderme.

Y el monstruo de colores se quedó allí, mirándome, subiendo y bajando como un helicóptero sin piloto. El nido de golondrinas entre los cables de una casa, una bajada de cemento, yo al principio, él al final. El naranja en todos lados.

“Nadie puede conmigo”

Y el único miedo, supongo, era correr sin saber muy bien por qué, sin saber muy bien a dónde y si funcionaría al fin y al cabo. El único miedo era no saber cuánto tardaría el monstruo de colores en cansarse de hacernos vivir de verdad aquella época en la que todo era naranja y la tierra, la furgoneta abandonada, las azoteas y el eterno verano eran míos. Míos de verdad.