Un pesado cuadro colgado en la pared
dentro un papel amarillento me mira
un cristal aplasta el polvo que se ha ido metiendo
en el recuerdo de mi abuelo en las huertas
nosotros encaramados del nisperero
las perras buscando ratones
la foto que acaricio ahora
hace unos meses hizo llorar a mi hermano.
Lo peor de ese cuadro
es el peso y la ausencia.
Yo quería ser parte del rosal
y me quedé pastoreando
viendo a todos los niños del colegio
reírse de mí
por el cencerro que lucía en mi pecho
y que tanto me gustaba escuchar.
Al otro lado
una orilla resuena con un acento parecido
pero no el mismo.
Mi otro abuelo era calvo y barrigudo
el sol se agarraba a su piel
igual que la tristeza a su cráneo.
Los tres hermanos
siempre los primeros de la clase
siempre en nuestros lápices el número
dos, o el tres, el seis una vez.
Me gustaba la simplicidad
pero envidiaba ser parte del rosal.
Todos en la familia lo eran
menos los hermanos dos, tres
y seis una vez.
Ahora que lo pienso
si el patriarcado fuera la marca de unas cholas de levantar
y no lo que es
quizás yo sería parte del rosal
y este poema no hablaría de mis abuelos
sino de ellas,
las que colgaron aquel pesado cuadro
de papel amarillento
que ahora respira el polvo que cubre
el recuerdo de lo que fuimos
encaramados el uno y el dos
en el tronco de un nisperero.