Las cortinas drenan el aire y la luz que cae sobre su piel. Brillan suaves los pelitos mamíferos que aún nos abrigan, la piel de la palma de mi mano cubre sus escápulas, se desliza mientras respiran sus costillas contra las mías. Escondo mi nariz en su cuello, capullito de alelí, ya sé a qué sabes.
Me pongo rojo rojísimo, el pecho se me llena de azahar, lavanda y hierbahuerto. Te hago un agüita guisada mientras veo tus piernas colgar del poyo de la cocina. Te ríes altísimo por alguna tontería que digo, creo que tú también estás nerviosa. Ojalá que sí.
Se estira como una sábana blanca, no lo puedo ver pero imagino su pelo caer hasta rozar el suelo de mi habitación. No la puedo ver. Tengo los ojos cerrados imaginando su pelo caer, su cuello estirarse, sus costillas hincharse, la sequedad de su boca y como se relame, imagino mi cabeza entre sus piernas, mi pies apoyados en la pared, mis manos agarran su carne y me estoy muy quieto, como si quisiera ser una escultura renacentista, como si el Vesubio nos hubiera sepultado.
Veo el sol anaranjado caer dentro de sus ojos. Hace vientito y tiene los pezones erizados, se los miro de reojo porque me da vergüenza ser de esa clase de tíos a los que no me quiero parecer. A veces siento que estoy en una película. Ella oscila entre la suavidad de hablarme en mitad de un beso y una risa escandalosa que se zambulle en los remolinos que el mar hace abajo nuestro. Por más que intento sacar fuera lo que siento solo me sale preguntarle QUÉ por si ella pone en su boca todas las palabras que yo no me atrevo a pronunciar.
Puso sobre mí la seriedad de quién va a llevar a cabo algo que lleva mucho tiempo dándole vueltas. Me sigo sintiendo en una película. Un adolescente torpe y nervioso, cansado de interpretar un papel del que creía ser merecedor. No sé nada. No tengo ni idea de cómo se hace. Porque tú eres la primera persona a la que me enfrento de esta manera. Porque nunca lo había hecho así. Y tengo miedo. Y tengo ganas. Y te tengo encima riendo con la seriedad de las primeras veces.