Desde hace años intuyo que mi mecanismo de defensa ante la muerte es alejarme.
Es como si mi mente se preparase para la distancia. El hueco. El vacío. El ya no estar.
Tanto es así que llego incluso a volverme irascible. Molesto. Incómodo.
¿O es culpabilidad por adelantado? Cerciorarme de que lo que vendrá después me hará sentir mal sí o sí.
Como buen mecanismo de defensa, en distancias cortas, en momentos puntuales, a corto plazo, viene genial para sobrevivir. Lo peor llega cuando sentado al borde de la cama pienso, si es que lo sabía. Y no hay un lo sabía más jodido que el que se dice uno mismo.
Y para Adam siempre será demasiado tarde. Siempre habrá algún arrepentimiento y culpa que me hagan funcionar. Mal. Pero funcionar.
Y la verdad, estoy bastante harto de tirar de este combustible. Creo de verdad que se puede vivir bien. Tranquilo. En paz. Que no es necesario meterse el dedo en la llaga cada vez que las cosas marchen bien.
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