Pero, y a pesar de no haber ningún
espejo cerca, me estoy mirando y lo cierto es que te pienso. Estás
entre un millón de cosas más, pero estás. Como un trozo de madera
en mitad de un naufragio. No sé si eso es bueno, si parece algo
trágico o por el contrario, un atisbo de esperanza.
Eres un trozo de madera en mitad del
océano. Creo que elijo el ártico. El trozo de madera incapaz de
congelarse, irreductible, superviviente, pero solo. Rodeado de frío
por todos lados. Oscuridad por todos lados. Osos polares por todos
lados.
Me estás volviendo loca. Tú o yo, no
lo sé, joder. Pero es así. La premisa única y fundamental es que
me estás desquiciando.
Pienso, veinte horas al día, que lo
único que necesito es esta soledad que tanto busco, que tanto
procuro imponerme y que tanto protejo, pero no sé cómo cuidarla.
Durante las cuatro horas restantes del día, no sé cómo hacerlo.
Ser fiel a una misma es duro y doloroso, cuando lo único que buscas
es esa sensación. La Sensación.
Estar con una misma, verme a mi misma,
transformar todas estas letras, todas estas palabras en algo que me
abrace por la noche y entender que la única manera de calor es que
tú lo hagas primero.
Leyéndome.
Leyéndome.
Me estás volviendo rematadamente loca.
Mira la hora que es. Qué mierdas hago yo aquí escribiendo que te
tengo en mente, al estilo naufragio y que casi prefiero haber muerto
ahogada. Abajo, junto a los peces y los osos polares. Pero esto es
así, te explico. Lo sé todo. Sé lo bueno, que no es mucho, y sobre
todo sé lo malo, que tampoco es tan malo pero que es mejor creerlo
así.
El caso es que me he imaginado que me
hablabas de cosas. De daños, de miedos, de historias, de ganas, de
lustros buscando algo que no se sabe qué es, pero es y eso es lo
único jodidamente importante aquí.
Y no había ninguna necesidad de esto.
Lo sé. Lo entiendo, lo comprendo y sobre todo, lo comparto. Contigo.
Que igual ya ni me lees. Que es una mierda buscarse entre el fango de
tanta palabra absurda y lo sé porque lo he vivido y lo he sentido y
me he visto hasta el cuello de mierda mientras nadaba intentando
encontrarme. Encontrarte.
Pero lo cierto es que no estás. Parece
que sí, claro. Pero si recobro la cordura por un mínimo instante de
lucidez, no lo estás. Bueno
quizás sí, pero porque yo quiero. Me
explico, estás tanto en cuanto yo decido que regreses, de la manera
que a mí me de la gana pero nunca hasta el final.
Por lo pronto ya he dejado de
imaginarte en muchas de mis incongruentes historias de media noche.
Mentiría si te digo que has dejado de aparecer en mi poesía, pero
no hay nada que desee más intensamente.
Me estoy volviendo loca. No paro de
buscarme en lo poco que sé de ti y eso, sinceramente, me parece una
puta mierda. Creo que sabes de lo que hablo. Creo que lo sabes mejor
que nadie.
No busco el alivio del que todos hablan
cuando se confiesan. De hecho, ni siquiera siento una mínima parte
del alivio que debería sentir. Todo lo contrario. Esto que he
querido que escuchases atentamente ha sido lo más parecido a llenar
un vaso de agua, gota por gota. Sigo con los tobillos llenos de
bolsas de cemento. Estoy en el fondo.
Lo único que se me ocurre es beber
cada gota, una por una, e irme a dormir el pedo de
amor-insatisfecho-nuncaodio-peroojalá, romper el vaso a base de
cabezazos, morder la cuerda o romper las bolsas de cemento
pero nunca ahogarme.
Eso nunca.
Antes consigo que llenen esa ciudad de
leones y otros bichos, que dejarme ahogar por esta locura transitoria
y reglamentaria de las cuatro horas del día en las que no hay
filtros, no estás cerca, y puedo serme completamente sincera, a
pesar del fango, los naufragios, y sobre todo
un océano ártico lleno de osos
polares.
FIN.
Esto sí quiero que lo leas.
Pero no.
Segundo requisito para pertenecer a este lugar.
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