Ojalá alguien hubiera grabado el día
que te conocí. Me encantaría verme un minuto antes de que
aparecieras. Apoyada en un coche, cabreada porque nunca me ha gustado
que me hagan esperar, bebiendo cerveza barata junto a un alemán y
una andaluza (¿qué hago yo aquí?).
De pronto se me olvida que estaba
esperando. Se encaraman a mí de un salto circense. El salto que
cambió mi vida. Daría lo que fuera, ahora mismo, por haber prestado
atención a aquel momento en el que de pronto apareces. Me encantaría
describir la situación exacta, pero todo aquel juego de
conversaciones cruzadas, típicas de encontronazos casuales, se
construye borroso en mi memoria. He escudriñado, fotograma a
fotograma, el momento en el que me has dicho que todo cambió para
siempre.
No puedo despegar de las paredes de mi
cráneo- que es donde sé que te encuentras- cada imagen tuya que
tengo de aquella noche, pero sé que estás aquí dentro porque cada
día apareces bailando un trozo diferente de canción, dándome la
mano durante partes distintas del trayecto hasta la discoteca, o las
maneras que tenías de mirarme en aquel baño minúsculo, pero que,
sin embargo, recuerdo como inmenso. Estar allí contigo era como
haberle ganado el pulso a una fiera sin necesidad de enseñar las
garras.
Lo que más me gusta es el título.
No hay comentarios:
Publicar un comentario