Siempre era verano en aquella época. Todo era de color
naranja. El polvo de la tierra era naranja, el color de la tarde era naranja,
las paredes lo eran también.
Todos decían que corriese, que venía el monstruo de los
colores y corrí. Corrí sin saber a dónde llegarían mis pies, sin recordar el
camino de vuelta. Todos me decían que corriese.
Y cuando dejé de hacerlo, y no había nadie a mi alrededor
quise saber por qué.
Caminé sobre mis pasos y todo era naranja. El lugar donde
ahora está construida mi casa, las cañas, los recovecos, las piedras, los
caminos. Volví de donde había empezado a correr y descubrí al monstruo de
colores. Volando en círculos, desorientado, subiendo y bajando, como un
helicóptero sin piloto. Silencioso. Lo dejamos todo tal cual, como una ciudad
fantasma. Los juguetes, el barro. Partimos a correr, cada uno con una dirección
diferente, sin saber muy bien por qué. Yo llegué a casa de abuela.
Y volví sobre mis pasos.
Aquel lugar era mío. La tierra y el naranja, las cañas y los
recovecos. Todo aquello me pertenecía. Hasta la furgoneta abandonada y llena de
hierbas y telarañas. Todo tenía un secreto. Por eso volví.
No sería un monstruo de colores quien me lo arrebatara.
Un monstruo peor, descubriría luego, quien fuera capaz de
hacer desaparecer todo aquello sin poder evitarlo. Uno invisible, sin colores.
Ese que trae de vuelta a las golondrinas.
Nadie puede huir del tiempo.
Aun llegando a casa de abuela como trinchera. Ni siquiera
allí podría esconderme.
Y el monstruo de colores se quedó allí, mirándome, subiendo
y bajando como un helicóptero sin piloto. El nido de golondrinas entre los
cables de una casa, una bajada de cemento, yo al principio, él al final. El
naranja en todos lados.
“Nadie puede conmigo”
Y el único miedo, supongo, era correr sin saber muy bien por
qué, sin saber muy bien a dónde y si funcionaría al fin y al cabo. El único
miedo era no saber cuánto tardaría el monstruo de colores en cansarse de
hacernos vivir de verdad aquella época en la que todo era naranja y la tierra,
la furgoneta abandonada, las azoteas y el eterno verano eran míos. Míos de
verdad.
No hay comentarios:
Publicar un comentario